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EN LAS FIESTAS DE ARANDA. AÑO: 1.945
Se aproxima el inicio de las fiestas patronales de Aranda de Duero. En pocos días veremos al gentío congregado bajo el balcón de la Casa Consistorial esperando con impaciencia
el tradicional cañonazo, que, como un trueno que resuena en los corazones de niños, jóvenes y mayores, hará que arranquen los festejos en la villa que alegra Castilla. Un año más veremos salir a los gigantes y cabezudos con sus pintorescos trajes, corriendo tras los pequeñuelos. Para los más mayores, los gigantones no son solo una atracción; son guardianes de recuerdos. Cada carrera, cada escobazo y cada acorde de las comparsas de músicos que acompañan a estas figuras sensacionales tejen un tapiz de tradición que se
prolonga en el tiempo, conectando los recuerdos de ayer con las vivencias de las generaciones de hoy. La imagen que publicamos en portada fue captada durante las fiestas de Aranda de mediados de los años cuarenta. En ella podemos ver a un grupo de arandinos en la barrera de la antigua plaza de toros de Aranda. Con todo lo modesta que era, aquella plaza era un lugar cargado de historia y emociones. De izda. a dcha., reconocemos a Manolo Arandilla Velasco (conocido cariñosamente como Corrales) junto a Carmina Navajo, Pilar Navajo, Emilio Gutiérrez Cachurra, Antonio Autillo y Nemesia Pérez Neme. Cabe mencionar que Manolo Arandilla Velasco era un gran entendido en el arte de la lidia. Manolo recorrió
los cosos de toda la península, llevando con él el nombre de Aranda y su pasión desbordante por el toreo. Como ganadero que era disponía de cuadras donde albergaba sus caballos y su presencia al cabalgar era de una elegancia superior. Su sobrino, Rafael Arandilla Parra, heredó esa misma pasión y continuó el legado, siendo uno de los jóvenes que correrían
las llaves en el coso arandino.
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